martes, 30 de septiembre de 2008

En el otro lado de la cama....


....empezó a sentir el terror de la soledad, al darse cuenta que en esa cama tan grande, sólo habitó ella...


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viernes, 26 de septiembre de 2008

En la riqueza y en la pobreza...

-¿Por qué mató a su mujer? - le preguntó el comisario. El asesino, que permanecía sentado sobre la silla, aun con la camisa aun manchada de sangre, alzó lentamente su rostro. Su boca no dejaba de esbozar una extraña y maliciosa sonrisa.
- Porque se estaba comiendo mis monedas de chocolate - contestó sin titubeos y mirándole fijamente a los ojos.


© Richard Archer - 2008 (Todos los derechos reservados)

Inseparables

No podía permitirme más que una pensión barata y aquella era la más barata que había si exceptuábamos los tugurios del puerto en los que sólo se alojaban prostitutas y drogadictos. La pensión justificaba sus bajos precios por varios motivos. En primer lugar estaba situada en un segundo piso sin ascensor y además era un segundo piso de los de antes con enormes escalones y espaciosos rellanos cuadrados. Incluso para un hombre sin demasiados problemas físicos como yo era difícil llegar arriba sin acabar resoplando. En segundo lugar la vivienda estaba en muy mal estado: desconchados en las paredes, manchas de humedad en el techo, muebles viejos y carcomidos. Toda la casa transmitía un aire de abandono y decadencia. No era pues extraño que los únicos habitantes de la pensión fueran estudiantes sin muchos recursos. Pero era Viernes Santo y aquello estaba completamente vacío, yo iba a ser el único inquilino.

Mi guía era un hombrecillo de unos setenta años que tenía ese curioso contraste de los ancianos que habían vivido y trabajado cerca del mar con su pelo totalmente blanco y la cara arrugada y quemada por el sol y la brisa del océano. Me lo había encontrado en el muelle mientras ofrecía los servicios de la pensión a los viajeros que bajamos del barco. Ahora estaba de pie a mi lado sonriendo ante mi reacción ante el lúgubre ambiente en el que nos hallábamos.

-Bueno, ahora sabe por qué cuesta tan poco alojarse aquí.

-Ya veo, dije, desde luego es ideal para un cuento de terror.

-¡Oh! es que esta casa tiene su propio cuento de terror.

-¿En serio?

-Sí, ¿le gustaría oírlo?

Era una pregunta extraña para alguien que en teoría tenia que inducir a la gente a quedarse a dormir allí, pero al fin y al cabo desde que acepté su oferta él ya sabia que yo no tenia muchas opciones. Por un momento dude en acceder a escuchar su historia pero me fastidiaba pasar por un timorato ante aquel granuja que sin duda había repetido aquel truco ante muchos inquilinos con objeto de tomarles el pelo. Además me sentía morbosamente atraído por conocer los misterios de aquel edificio y nunca he podido resistirme ante una buena historia de fantasmas (porque no podía tratarse de otra cosa desde luego) así que sentándome en la cama del que iba a ser mi cuarto le hice un gesto afirmativo adoptando la expresión más desenvuelta e indiferente que pude.

El hombrecillo se sentó a su vez en la única silla que había allí y empezó a hablar.

“Fue hace mucho tiempo, más de cincuenta años, justo al empezar la guerra. Entonces había mucha confusión como se puede imaginar. Por aquella época esto tenía mejor aspecto, entonces era un edificio casi nuevo. Cierta noche una joven con semblante enfermizo solicitó un alojamiento. En realidad no tenía por qué quedarse allí porque (esto se supo después por supuesto) pertenecía a una familia muy distinguida pero en aquellos momentos la mujer tenia autentica necesidad de esconderse en alguna parte.

La joven había quedado embarazada de un oficial del ejercito. Algo impensable en circunstancias normales pero ya le he dicho que eran años de confusión y locura. En tiempo de guerra todo parece efimero, no hay seguridad sobre nada, la gente no sabe si seguirá viva al mes siguiente, cualquier cosa es posible. Y en ese ambiente todos, especialmente los jóvenes, pierden la cabeza y hacen cosas que normalmente ni se les pasaría por la imaginación. La mujer y el oficial se enamoraron y tuvieron relaciones, luego él partió hacia el frente y nunca más se supo, la guerra se lo tragó. Quizás murió o quizás desertó y se marcho del país o simplemente al acabar el conflicto el breve romance con la señorita de buena familia quedó en una anécdota olvidada como muchas otras cosas que pasaron entonces.

Para una mujer soltera quedar embarazada es un problema en cualquier época pero en aquellos años (incluso en tiempos de guerra) era un cataclismo. Tal vez podía haber acudido a alguien que le ayudara a abortar pero la muchacha tenia la esperanza de que su amado volviera en cualquier momento y pudiera solucionar aquello de la única forma posible. Cuando fue evidente que esto no iba a suceder ya era demasiado tarde. La mujer ocultó su estado durante todo el tiempo que pudo pero cuando ya empezaba a notar que se acercaba el momento fatal huyó de su casa y se refugió en un lugar donde no se solían hacer preguntas a nadie. En la soledad de esta habitación (porque fue precisamente aquí donde ocurrió) tuvo a su bebe por sus propios medios. O mejor habría que decir sus bebes porque para mayor desgracia dio a luz a dos niñas gemelas.

Inmediatamente las arrojó por la ventana que daba al patio de luces, esa misma que ve usted ahí. Fue una barbaridad desde luego pero ¿Quién puede reprochar un arrebato de desesperación a una muchacha que no había cumplido ni veinte años y que había pasado por aquel infierno sin poder recurrir a nadie? No sólo fue un acto atroz sino también totalmente inútil. La primera de las niñas en ser arrojada al patio murió en el acto, la segunda tuvo más suerte (es un decir) y encontró en su trayectoria al vació las cuerdas de un tendedero que frenaron un poco la caída que se produjo precisamente contra el cuerpo ya muerto de su hermana lo que también contribuyó a salvarle la vida. Sus lloros despertaron a los habitantes de la casa. No tardo en saberse la identidad de la madre y su familia fue informada finalmente de todo el drama.

No se puede negar que esta clase de gente tiene recursos de sobra para hacerse cargo de cualquier clase de situación que les incomode. Sus influencias impidieron que lo sucedido llegara a manos de la justicia, la mujer fue internada en la casa familiar de donde no volvería a salir hasta su muerte algunos años más tarde, por lo que he oído acabó volviéndose completamente loca. En cambio la niña que sobrevivió al infanticidio jamás pisó la casa de sus abuelos que como era de esperar su renegaron de ella aunque tampoco quisieron que acabara en el hospicio. Como solución intermedia resolvieron que se quedará exactamente en el lugar en el que había nacido, para ello acordaron pagar a la dueña de la casa el importe de su manutención por el tiempo que viviera. A la mujeruca le pareció bien tener un huésped vitalicio que le proporcionara dinero fijo y aceptó el trato.

La niña sobrevivió pero la caída tuvo sus consecuencias. La mitad de su cara quedó deformada y el golpe en la cabeza le produjo además un retraso mental permanente e incurable. Nunca aprendió a leer y escribir, tampoco aprendió a hacer nada que no fuera las tareas más sencillas de la casa y en toda su vida apenas se alejó de la manzana donde estaba ubicada la pensión.

Pero desde el principio la niña empezó a mostrar un comportamiento extraño. Muchas veces cuando no estaba haciendo nada (y esto era la mayor parte del tiempo) se la oía hablar en voz baja, pero no como si estuviera hablando sola, sino como si lo hiciera con alguien. Murmuraba sus incomprensibles frases mirando al vacío como si se estuviera posando sus ojos en los de otra persona y luego callaba como escuchando la respuesta. Siempre que se sentaba en algún sitio dejaba un hueco para su invisible acompañante y en la cama se arrimaba a una esquina como si tuviera que compartir el lecho. En la mesa toda la comida que le era servida era invariablemente dividida por ella en dos mitades una de las cuales por supuesto quedaba siempre intocada. También se la podía ver a menudo asomada a la ventana por donde había sido arrojada la noche de su nacimiento mirando hipnotizada el suelo contra el que se había estrellado.

Podría achacarse este extravagante comportamiento a su retraso mental pero la gente empezó a murmurar. Se corrió la voz de que el espíritu de la hermanita muerta nada más nacer permanecía junto a su hermana al no haberse podido romper el misterioso vinculo que dicen que une a los hermanos gemelos.

Se decía también que en ocasiones la niña parecía llevarse bien con su hermana muerta, se la veía reír y jugar con su espectral acompañante e incluso (y los que lo vieron afirmaron que era un espectáculo especialmente macabro) correr por el pasillo o la azotea con el brazo extendido y la mano contraída como si estuviera agarrando otra mano. En otras ocasiones en cambio sucedía lo contrario, la niña parecía asustarse y entonces no corría feliz sino aterrorizada dando gritos mientras giraba la cabeza mirando hacia atrás como si el espíritu de la muerta le persiguiera.

La niña creció, se hizo adolescente y luego adulta, pero todo siguió igual para ella. Bueno algo sí que cambió: los breves momentos de armonía infantil con su hermana terminaron para siempre y todo acabó por convertirse en horror y desesperación. Ya no hablaba con su hermana, tan sólo se tapaba con fuerza los oídos como si no quisiera escuchar sus palabras. No compartía su comida sino que cubría el plato con su propio cuerpo como si no quisiera que le fuera arrebatado su contenido. No volvió a dejar aquel curioso hueco que siempre procuraba hacer cuando se sentaba y en cuanto a la cama terminó por negarse a dormir en ella acostándose cada noche en el suelo sin que ninguna amenaza ni paliza le hiciera cambiar de actitud. Y en cuanto a aquella ventana a la que tanto se había asomado en su niñez ya no podía tolerar pasar frente a ella y se mantenía siempre lo más alejada posible de aquel lugar de la casa. Las carreras y gritos por el pasillo huyendo de la macabra persecución se hicieron diarias. La gente seguía murmurando, decían que la muerta reclamaba a su hermana como diciéndole ¿Qué haces ahí? ¿por qué no vienes a reunirte de una vez conmigo? ¿qué haces en ese mundo donde nadie te quiere? ¿no ves que tenías que también tenias que haber muerto aquella noche ?.

Un día todo terminó. Se escuchó un grito horroroso, más horroroso aún de los que solían oírse en esa casa a diario y que había motivado el progresivo abandono de los inquilinos de la pensión con su consiguiente decadencia. Tras el grito un fuerte estruendo. Cuando los pocos inquilinos que quedaban se asomaron a la ventana (aquella ventana) vieron a la desgraciada mujer estrellada en el mismo suelo en el que había caído la primera vez hacía exactamente cuarenta años. Algunas malas lenguas dicen que en realidad fue asesinada por la propietaria de la pensión harta de aquella lúgubre leyenda que estaba arruinando su negocio.

Podría suponerse que allí acabó todo pero no fue así. Desde ese día la gente ha seguido murmurando sobre inquilinos que ven y oyen cosas. Algunos de ellos aseguran que en mitad de la noche se oyen risas y juegos infantiles por toda la casa, otros afirman escuchar con claridad carreras en el pasillo y en la azotea, otros que por mucho que cierren la ventana al acostarse esta aparece abierta por la mañana. Incluso alguien juró haber visto, en un relámpago de breves segundos, a las dos hermanas cogidas de la mano avanzando hacia él en mitad de la noche, con los cuerpos ensangrentados y quebrados por la mortal caída y con la hermana muerta en primer lugar con el mismo aspecto que tenia el día que murió su gemela cuarenta años después. Quien sabe. Lo cierto es que desde entonces ya muy poca gente que no tenga autentica necesidad pasa la noche aquí, algunos siguen diciendo que ven y oyen cosas, otros en cambio se ríen de esas historias de miedo.”

El hombrecillo terminó su relato volviendo a sonreír como preguntándome en silencio a qué clase de inquilinos pertenecía yo: a los que veían y oían cosas o a los que se mofaban de aquella leyenda

-Bueno eso es todo, espero haberle entretenido. Ahora he de irme a mi casa.

-¡Cómo! , respondí, ¿Es que usted no duerme en la pensión?

-Yo únicamente trabajo tratando de alquilar habitaciones a los recién llegados y si lo consigo les enseño el lugar. Ni loco pasaría una noche aquí.

Y tras hacerme un guiño sin dejar de sonreír el viejo diablo se marchó dejándome completamente solo.

Confieso que no dormí nada. Por un lado la historia me perturbaba. Aunque seguramente falsa en parte o en su totalidad la verdad es que era bastante buena y decididamente terrorífica, tanto como para estar dándole vueltas hasta el amanecer. Aunque sinceramente tengo que decir que también me pasé toda la noche alterado y nervioso por una serie de incesantes ruidos que sonaban en la oscuridad. No, no eran pasos, ni risas ni gritos ni nada que pudiera identificar con una actividad humana o espectral. Sólo una serie de crujidos y chirridos que no me hubieran incordiado de no mediar la inevitable sugestión provocada por aquella historia.. Pero bueno ¿acaso no están todas las casas viejas y decrépitas llenas de sonidos inexplicables?-

© Sisterboy - 2008 (Todos los derechos reservados)

lunes, 22 de septiembre de 2008

Una noche inmensa....

Nos vestimos como pudimos en la incomodidad de las estrechuras del coche, volví al volante, y continué hasta tu casa....allí te dejé y seguí mi camino hasta el hotel, no estaba demasiado lejos....ya, dentro de mi habitación, encima de la cama medio vestida aún, pensaba si habría sido un sueño....poco tardé en convencerme que fué real, mis pezones seguian duros, mi humedad no me abandonaba, mis manos acariciando mi cuerpo buscaban las tuyas....estaba totalmente ardiendo, me acerqué al minibar y abrí un benjamín de cava, con la esperanza de que bajara la fiebre....pero la mitad se me derramó por encima.....en ese momento, sonó la puerta de mi habitación, mi cuerpo se estremeció, porque sabía que solo podias ser tú....abrí, nos dirijimos a la cama, mientras te quitaba la ropa, nos tumbamos entre besos y caricias.....tus manos cedian paso a tu boca ansiosa, esa con la que no puedo dejar de pensar, empezaste a comerme, aunque lo más correcto sería decir a beberme, ahora era tu copa, tu recipiente, ese cuerpo dispuesto a dartelo todo....gemia de placer al sentir mis pezones dentro de tu boca.....aaaaaaaahhhhhh contemplaba excitada, como tu fuerza se empezaba nuevamente a dilatar, como, necesitada de refugio, buscaba mi centro que palpitaba esperando su llegada.....señorrrrrr, entra......asiiiiii, síííííííí......moviéndonos en total armonia, entrabas y salias de mí....profundizando a una velocidad.....que no podía más, pensaba que explotaria cuando te derramaste dentro......gemias......y me excitabas más aún, nunca pensé gozar tanto, cariñooooo.....te pedí que te quedaras encima de mí, para no dejar de sentirte....tu piel, ese olor de tu piel, sudada de pasión me enloquece.....besandonos, nos tumbamos uno junto al otro, mirándonos a los ojos, desprendiendo el fuego que aún nos invadia....ohhhhh, no puedo dejar de besarte, tocarte y mirarte....porque eres como una obra de arte....tu cuerpo rodea el mío en un abrazo.....que delicia....ahora descansa mi vida....nos espera una larga noche.....

viernes, 19 de septiembre de 2008

El Deber de un Buen Peón

Subió por las barricadas portando con orgullo la bandera. Sus diminutos pies tropezaban y resbalaban con los cientos de cadáveres que se encontraban apelotonados. Todo ellos formaban una especie de aberrante montaña de ríos rojos de muerte, dolor y destrucción. El joven soldado ascendía con orgullo, sin sentir miedo ni siquiera repugnancia. A él le habían pedido que plantase la bandera en la cima y él, como fiel soldado, obedecía órdenes porque sentía que lo hacía por lo que más amaba en su vida que era su patria. No le importaba que ésta representase en esos momentos una simple bandera en un simple pedazo de tela roída, quemada, manchada de inmundicia y de sangre humana. Cuando alcanzó la cúspide miró hacia adelante tal como su Rey y a su vez Capitán General le había ordenado. Luego le miró a él y anunció:

- No hay nadie vivo al otro lado su Majestad. - Comentó con su párvula voz.
- ¿Estás seguro soldado? - Le preguntó el Rey vestido con todas su galas.
- Segurísimo su Majestad. Aquí hay tantos muertos o más que en nuestro bando. Esto es una carnicería pero dé usted por seguro que hemos ganado la guerra. Hemos reconquistado nuestra querida Patria. – Añadió el joven con mucho orgullo y con los ojos abiertos como platos.
- Perfecto - Contestó el Rey. Los altos mandos que le acompañaban aplaudieron al unísono.
-Si me lo permite Señor es para mí un gran honor plantar esta bandera por… - Comenzó a decir el joven cadete. Sin decir nada el Rey alzó su pistola y disparó un tiro que perforó el cráneo del joven que cayó inerte y rodando al otro lado de la sangrienta barricada humana.

Al día siguiente en todos los periódicos del mundo apareció la foto del Rey, orgulloso, con su uniforme todo impregnado de sangre. Su mano sostenía el mástil con la bandera. Lo sujetaba con sola una mano y lo había plantado sobre la masa de carne humana que en algunos casos parecía putrefacta. A su lado vitoreándole con júbilo se encontraba el resto de su séquito.


© Richard Archer - 2008 (Todos los derechos reservados)

lunes, 15 de septiembre de 2008

El hombre que perdió su cabeza

Era un día como cualquier otro, laborable y gris en los albores de la primavera, en ese día a ratos llovía, se nublaba, salía el sol tímidamente para después sucumbir en el vapor de la nubes, podría ser un martes o un miércoles, la hora, matinal, ni muy temprano, ni muy tarde, imprecisa. El lugar, una mutua. Una mutua gris, decorada en un concepto más gris todavía, casi deprimente. En la recepción una señorita pálida y pequeña (a punto de jubilarse) con las cejas pintadas, muy maquillada y con gafas pasadísimas de moda afinaba sus uñas con una lija de palo. Lo único que se oía era el ruidito de la ventilación. Al fondo del pasillo había una sala supestamente de espera. La iluminaban una lámpara que parpadeaba y los fluorescentes del techo, en el suelo había una moqueta de color verde oscuro y las butacas eran de plástico pretencioso porque trataban de simular cuero.

En la sala había un señor sentado esperando pacientemente. Éste señor llevaba su cabeza en el brazo como si se tratara de un casco de moto. Sí, por culpa de un accidente laboral su cabeza había sido extirpada de su cuerpo, pero lo llevaba bien, ya que ese caballero tenía un gran dominio de sí mismo.

La puerta de la consulta estaba entreabierta y por esa razón (sin él pretenderlo) Asomó su cabeza suelta para oír la conversación entre el médico y la enfermera.

-¿Estabas segura de qué llevaba una corona de espinas?

-Sí lo vi con claridad diáfana.

-He llegado a la conclusión de que el universo se expande.

El paciente no se encontraba muy bien, esperaba el momento en que le invitaran a entrar.

-¿Habrá alguien?

-¿En el universo?

-No, fuera en la sala.

La enfermera asomó la cabeza y le preguntó.

-¿Usted es el último?

Al señor le costaba girarse porque aún no tenía práctica para esa nueva situación.

-Creo que sí.

-Pase, pase.

Al ponerse de pie se le fue la cabeza de sus manos y como si se tratara de un balón le dio golpecitos hasta controlarla y llevarla a su lugar provisional. Enfiló con paso decidido hacia la entrada y una vez en el interior logró sentarse con movimientos algo ortopédicos.

La enfermera cerró la puerta y el médico sin aún haberle mirado (pues queda algo en el ordenador) le preguntó.

-¿Qué le ocurre?

-Bueno, creo que se me ha salido la cabeza del cuerpo o dicho de otra manera más amena... creo qué... he perdido la cabeza.

El médico esta vez dejó de mirar al ordenador y le observó con cara de médico profesional (pragmático casi borde).

-A todos nos pasa.

El médico le miro a los ojos de manera penetrante y luego le taladró de arriba a abajo y sin variar la expresión le continuó preguntado.

-¿Cómo le ha ocurrido eso?

El paciente (ya algo bajo de presión) trató de poner en orden el mini cuento que le tenía que explicar al doctor.

-Pues, en fin, es un poco estúpido, pero... me lo he hecho en el comedor de la empresa.

-¿Qué empresa es?

-Bueno, es una empresa de cartera privada.

El doctor dio un vistazo rápido al ordenador para ver el nombre de la empresa.

-Sí, sí... ya veo. Bien ¿cómo fue?

-Saliendo de merendar, al pasar por la puerta automática, se ve qué olvidé algo y bueno... traté de volver y al dar la vuelta... la puerta se cerró, me atrapé el cuello y, ya ve.

-¿Qué hace en la empresa?

-Llevo una máquina que clasifica unas veinte mil cartas por minuto.

-¿Cómo lo hace?

-Exactamente no lo sé, yo solo aprieto botones.

-Y llevando usted la máquina ¿Ocurrió algo?

-¿Eh? no.

El médico empezó a poner cara de circunstancia y se quedó un ratito pensativo.

-¿Qué ocurre?

-Verá, es qué... como no ha tenido el accidente en el momento operativo, o dicho de otra manera más simple, como usted no se lo ha hecho trabajando, la mutua no le puede cubrir la baja ¿sabe?

-¿Ah, no?

-No.

-Pero, si es evidente que no puedo seguir trabajando.

-Sí, de eso ya soy consciente, pero como le he dicho... la mutua no puede absorber los costes de su operación, en fin qué no.

-Ya pero el comedor se encuentra en el interior de la empresa.

-Es un anexo.

-Un anexo.

-Es un anexo.

-¿Qué quiere usted decir exactamente?

-Que el comedor no se considera como recinto industrial de la empresa. A usted le podría haber ocurrido lo mismo en su casa por ejemplo.

-Vaya.

-La mutua solo se encarga de accidentes que ocurren dentro del taller por decirlo de alguna forma, todo lo demás no.

-Y si me hubiera ocurrido en el ascensor bajando hacia el taller.

-Tiene que ser al lado de la máquina y que lo graben las cámaras, si no tampoco.

El señor comenzaba a temblar y a tener problemas de concentración.

-Me encuentro mal.

-Vaya a la seguridad social.

El señor (que ya tenía las manos en su cabeza porque la aguantaban) se secó el sudor de la frente.

-¿Qué hago?

-Bueno, lo único que tenemos aquí son aspirinas.

-Estoy un poco mareado.

-Tranquilo eso no es nada.

-¿Qué voy hacer?

El médico en un leve signo (accidental) de compasión le dijo.

-Si quiere podemos darle el día de baja.

-Bien, sí deme el día de baja.

El médico telefoneó a la recepcionista.

-Marián tramita a este buen hombre el papel conforme nos ha venido a visitar.

-¿Y esa es la baja?

-Con ese papel tendrá suficiente.

El médico se le quedó mirando y le preguntó.

-¿Alguna cosa más?

-No.

-Bien, pues... buenos días.

-Buenos días.

El paciente se levantó como pudo y logró llegar a la recepción, una vez ahí la mujer diminuta le dio el papelito conforme justificaba sus horas de no producción y se despidió de él.

-Buenos días tenga usted.

-Trataré de tenerlos.

El señor abrió la puerta de cristal traslúcido y ésta al ser automática le dio un empujón en su hombro y éste a su vez lanzó su cabeza por la calle que comenzó a rodar como si se tratara de un balón de fútbol, la puerta se cerró y sus silueta traslúcida se marchó sin cabeza.

En la mutua no supieron nada más de él.



© Juanjo Díaz Tubert - 2008 (Todos los derechos reservados)


miércoles, 10 de septiembre de 2008

Filosofía pura

Estaba un buen día Confucio comiendo con sus discípulos cuando alzó la mirada de su plato y mirando fijamente al frente soltó un sonoro eructo.
Uno de sus discípulos invadido por la duda levantó la mano y preguntó a su mentor:
-¿Maestro qué nos ha querido decir con ese extraño mensaje?
Confucio se inclinó hacia un lado y sin decir nada soltó un tremendo pedo. Segundos más tarde comentó:
-¿Me hacéis el favor de pasarme el Sake?


© Richard Archer - 2008 (Todos los derechos reservados)

miércoles, 3 de septiembre de 2008

El Extraño Caso de la Señora Broke

- ¿Y se sabe ya cómo murió la Señora Broke? – Preguntó Alice, la portera, al agente de policía que bajaba por la escalera desde el piso de la anciana.
- No puedo decirle mucho pero creo que murió de forma un poco extraña.
- ¿Extraña?
- Sí. Entre usted y yo. Hay algo muy raro en todo esto.
- ¿A qué se refiere?
-Verá, el forense no ha encontrado nada peculiar en la casa. A simple vista todo estaba en orden. Vamos que no había nada anormal a no ser… ¡Uf! No sé como contarlo.
- No se preocupe, tengo todo el tiempo del mundo.
- Verá, lo raro estaba en la Señora Broke no en el piso. El forense lo notó nada más explorarle la boca.
- ¿Algo raro? ¿A qué se refiere?
- Verá se fijó que tenía algo negro asomándole entre los labios. Era plástico, por lo que pude ver se trataba de fragmentos de una bolsa de esas que se utilizan para arrojar la basura.
- ¿La basura? Qué extraño ¿no?… ¿Para qué querría la señora Broke meterse una bolsa de la basura en la boca?
- No lo sé, pero eso no es todo. Del interior de la boca extrajeron varios residuos. Parecia comida, papeles o material de desecho. ¡Creo que vi hasta algo parecido a una compresa! – Comentó entre asombrado y extrañado. Añadió: - ¡No se puede imaginar usted cómo olía la boca! Tuve la sensación de que aquella inmensa mujer había sufrido un ataque de locura o algo parecido y se había creído que era un conteiner…
-Perdone… ¿Ha dicho inmensa?
-Si inmensa. Aquella mujer debería pesar por los menos quinientos kilos.
- No. Eso es imposible. Debe tratarse de un error. La señora Broke que vive en el Primero C es muy delgada, alta, pero muy delgada.
- Pues le aseguro que la persona que estaba dentro de la casa parecía más un elefante que una mujer. Creo que no podía ni siquiera moverse… Igual vivía con otra persona…
- Que yo sepa no. Hacía mucho tiempo que no la veía. Sabía que estaba porque algunas noches la escuchaba abrir o cerrar la puerta de su casa. Hasta que comenzó a aparecer aquel olor... A mí no me extrañaba que la Señora Broke llevase una vida nocturna. Siempre había sido un mujer muy bohemia y noctábula pero le puedo asegurar que no vivía acompañada. O por lo menos eso me consta sw aquí unos meses...

Un día después una extraña noticia apareció en los periódicos de todo el país. Incluso alguna televisión se hizo cuenta del suceso:

NUEVO Y SORPRENDENTE CASO DE SÍNDROME DE DIÓGENES
Halifax 20 de Noviembre de 1998.
Una mujer aparece muerta en el interior de su piso. Según el último parte del forense encargado del caso la Señora Samantha B. llevaba ya muerta más de un mes y había ingerido un total de 435 kilos material de desecho. Al no haber pruebas de alguna clase de homicidio se sospecha que sufría de una extraña variante del llamado Síndrome de Diógenes que consiste en almacenar basura en casa hasta limites insopechados. En esta ocasión la diretriz del...”



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Siete de la mañana

No le gustaba encender la lámpara de la mesita cuando se levantaba por las mañanas, la luz le encandilaba. Prefería orientarse en la oscuridad, al fin y al cabo después de tantos años de vivir allí conocía aquel apartamento como la palma de su mano. Sólo tenia que caminar con cuidado con los brazos por delante hasta llegar a la esquina donde comenzaba el pasillo, una vez allí avanzaban palpando las paredes hasta que llegaba al pequeño salón donde su nueva guía era el borde de la vieja cómoda de madera que le conectaba con el segundo pasillo al principio del cual estaba la cocina. A continuación buscaba con las manos el interruptor que encendía la luz del extractor de humo. Luego se sentaba y esperaba a que la tenue luz amarilla acostumbrara sus ojos al despertar del nuevo día.

Aquel día se dispuso a seguir la misma rutina. Se incorporó de la cama (como siempre sin necesidad de ningún aparato, después de levantarse a las 07.00 de la mañana seis días a la semana durante trece años no había mejor despertador que la propia costumbre) y avanzó a tientas buscando la conocida esquina, pero aquel día algo falló. Normalmente debía dar cinco pasos hasta tocar la pared, pero cuando llegó el quinto paso sus manos sólo encontraron el vacío ¿Acaso se habría equivocado al contar?. Decidió avanzar un poco más. Seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce pasos más y nada. Sólo el mismo vacío de antes. Aquello no tenia ningún sentido, era imposible caminar mas de diez pasos en su habitación sin tropezar con alguna de las cuatro paredes. Lo sabía porque en uno de esos estúpidos pasatiempos con los que llenaba las tardes se había dedicado a medir el ancho y el largo de aquel dormitorio como hacía un preso en su celda.

Se quedo de pie sin saber que hacer, podía haber tratado de volver hacia la cama para encender la luz de la mesita y averiguar que estaba pasando pero eso ya no era posible. Ahora que le había fallado su rutina diaria no podía orientarse en la oscuridad que a esas horas y en pleno invierno seguía siendo total, sobre todo cuando no habían pasado ni treinta segundos desde que se despertara. Quizás debía quedarse quieto a esperar que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad y pudiera vislumbra el camino correcto pero algo en su interior hacia que se rebelara contra aquel absurdo y quedarse esperando allí sin hacer nada le pareció una rendición. Pensó que la forma más rápida de solucionar aquello era seguir avanzando tratando de hacerlo en línea recta hasta tropezar con alguna de las cuatro paredes y luego tantear hasta dar con el interruptor de la luz, sí simplemente se limitaba a caminar hacia delante tenía que acabar dando con una pared.
Sin pensarlo más extendió los brazos y comenzó a caminar pero en esta ocasión rehusó contar los pasos, tampoco quiso pararse a pensar que era aquel objeto con el que había tropezado en el camino hacia su objetivo, fuera lo que fuese lo había golpeado contra sus piernas y se había alejado rodando, como si fuera una silla con ruedas aunque él no tenía ninguna silla de ruedas en su habitación, de hecho no había sillas de ninguna clase.

Tras unos segundos interminables sus manos acabaron por tocar la ansiada pared, pero esto no le trajo el más mínimo alivio. Porque aquello que estaba tocando no era su pared, sus manos no sintieron el familiar tacto del papel pintado sino el rugoso e irregular de una pared cubierta de estuco blanco. Este nuevo misterio le obligó a reflexionar sobre algo que había notado casi desde el principio de su insólita aventura, incluso con los calcetines puestos había caído en la cuenta de que el suelo que estaba pisando no estaba compuesto por las frías y rajadas losetas de siempre sino por un material más cálido. Flexionó las piernas hasta que sus manos tocaron el suelo y comprobaron que estaba pisando lo que parecía ser uno de esos parquets de madera que había visto en los catálogos.

Se sentó en el suelo que no era su suelo frente a la pared que no era su pared mientras decidía que ,olvidando su anterior rapto de rebeldía, lo mejor que podía hacer era efectivamente quedarse donde estaba esperando que la luz del día se impusiera a la oscuridad que seguía reinando en aquel sitio. Y mientras lo hacía pensaba que todo se reducía a tres opciones: podía ser que aún estuviera dormido, podía ser que por fin se hubiera vuelto loco o simplemente se había despertado en un lugar completamente desconocido para él. Por la razón que fuese, esta tercera posibilidad no le resultó en absoluto desagradable.

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martes, 2 de septiembre de 2008

Bloqueo literario

Ana no pudo soportarlo y salió corriendo de

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