jueves, 23 de octubre de 2008

El cuento exquisito #1

Al aroma de frambuesa, caramelizado con azucar a la canela y con un ligero toque de chocolate negro a la pimienta. Ah y adornado por una bola de helado de maracuyá bañado en Contreau.

© Richard Archer - 2008 (Todos los derechos reservados)

martes, 21 de octubre de 2008

El conde Ugolino

EL CONDE UGOLINO.


- “¡Adelante, conde Ugolino!”.

El vigilante abrió, como todas las noches, la puerta de la celda de la torre oeste de la biblioteca y el viejo cocodrilo salió pesadamente en dirección a la sala de lectura, vigilando, cuidando de que ningún libro estuviera fuera de su estantería y, si encontraba a alguno zascandileando por ahí, ¡zas!, se lo comía.

Una noche, el vigilante abrió la puerta de la celda pero el reptil no apareció.
Creyendo que pasaba algo, entró dentro y ¡ñam!, el conde Ugolino se tragó al vigilante de un bocado.
¡Es que ya estaba bien de comer tanto libro, hombre!


P.D. Este relato no es mio sino de mi hermano y con él ha ganado el X concurso de microrrelatos del Alcazar de Toledo :)

© Sisterboy - 2008 (Todos los derechos reservados)

miércoles, 15 de octubre de 2008

I am become death

Cuando deseo que alguien muera ese alguien muere. ¿Por qué sucede esto?, no lo sé. ¿De dónde me ha venido este poder?, tampoco lo sé. Pero ocurre, no existe la menor duda.

Todo empezó repentinamente sin ningún señal previa. Yo hacía algunos meses que estaba trabajando en una nueva empresa y tenía una compañera que por alguna razón y casi desde el principio empezó a molestarme de una manera implacable. Traté de no hacerle caso pero eso no es fácil en una oficina pequeña que compartes con alguien ocho horas al día. Un día la cosa llegó a un punto que le desee sincera y profundamente la muerte, no dije una palabra, simplemente lo pensé. Dos días más tarde el resto de compañeros me recibió al llegar al trabajo con la noticia de que esa mujer había muerto en un accidente de tráfico.

Naturalmente no relacioné ambos hechos, ni siquiera pensé en ello hasta algún tiempo más tarde y sólo me dije a mí mismo que había sido una curiosa casualidad. Aunque también pensé que había sido una casualidad afortunada. No sentía ningún pesar por la muerte de esa mujer a la que consideraba una mala persona. No se trataba de alguien que me hubiera hecho daño accidentalmente o que hubiera tenido un problema puntual conmigo. No, había sido una larga y prolongada sesión de acoso moral y en lo que a mí respecta se merecía con creces lo que había pasado.

Algún tiempo más tarde volví a tener problemas pero esta vez no con un compañero sino con el mismo jefe. Era un individuo que nunca me había caído bien, era agresivo, violento, propenso a estallidos de cólera, la mayor parte de las veces sin motivo. Daba la impresión de que era la clase de personas que descargaba sus frustraciones con aquellos que no podían replicarle. A pesar de eso no había tenido ningún enfrentamiento con él hasta aquel día en que por un motivo nimio empezó a chillarme de una manera atroz. Me quede callado frente a él aguantando como podía el chaparrón y de repente, en medio de aquel griterío ensordecedor recordé lo que había pasado algunos meses atrás. Recuerdo que pensaba como me gustaría que se repitiera aquella casualidad, no creía que tal cosa fuera posible desde luego, pero usé aquel pensamiento como una forma de concentrarme en otra cosa y apartar mi mente de aquel momento tan desagradable. Y volví a expresar aquel deseo en silencio. La tarde siguiente me llamaron a casa para decirme que al jefe le había dado un ataque cardiaco con resultados fatales.

Tras recibir la noticia me quedé sentado durante horas incapaz de moverme y en un estado de gran confusión. Una casualidad era posible, quiero decir que era posible desear la muerte de alguien y que este muriera por puro azar. Pero ¿Qué sucediera dos veces? Eso escapaba a las reglas de la casualidad. Al día siguiente, por supuesto, la oficina cerraba debido al sepelio del cual me excusé alegando una enfermedad. Me pasé todo el día pensando, tratando –en vano- de encontrar alguna explicación racional a todo aquello. Al igual que la otra vez ,no lamentaba aquella muerte, sólo me conmovía el misterio inexplicable que la había producido. Tras mucho cavilar llegué a la conclusión de que la única forma de cerciorarme de que todo aquello estaba pasando de verdad era hacer una prueba. Esta vez sería diferente, en las dos primeras ocasiones había expresado aquellos deseos de muerte sin ninguna esperanza real de que se cumplieran. Ahora sería distinto, sería un asesinato en toda regla.

No se trataba de intentarlo con la primera persona que pasara por la calle desde luego. Tenía que encontrar a alguien que verdaderamente se lo mereciera. Y no me faltaban candidatos. Para no ir demasiado lejos pensé en hacer la prueba con la vecina del ático de mi edificio. Era una mujer de unos cincuenta años, divorciada que vivía con una hija pequeña. Aquella mujer era una autentica bruja, todos en el edificio la detestaban, solía poner la radio a todo volumen a cualquier hora del día y de la noche, y cuando no era la radio eran sus penetrantes gritos cuando discutía con su hija o peor aún con su ex mirado ya fuera en persona o por teléfono. Y cuando alguien trataba de quejarse (yo nunca lo hice por que ya me suponía cual iba ser el resultado) era mucho peor: además de despedir una vez más a gritos a quien quiera que se hubiese atrevido a reprocharle su comportamiento, a continuación ponía la radio aún más alta. Aquella mujer no tenía otro objetivo en la vida que hacerle la de los demás lo más molesta posible. En definitiva la consideré ideal para llevar a cabo mi experimento.

De este modo a la tarde siguiente me aposté en la escalera y esperé a que llegara aquella señora. Cuando lo hizo pasó a mi lado, como de costumbre sin mirarme si quiera, pero yo sí que la mire a ella a los ojos y luego volví a formular mentalmente mi deseo.

Pasaron algunos día sin que ocurriera nada y llegue a creer –no sin cierto alivio- que todo había sido una ilusión mía hasta que al llegar a casa me encontré a los vecinos agrupados en el portal de entrada. Antes de que me lo dijeran ya lo sabía, sólo tuvieron que contarme los detalles. La bruja se había caído por las escaleras y se había roto el cuello. Me marché a casa ignorando el resto de aquella tertulia improvisada con sus hipócritas expresiones del tipo “pobre mujer” y cosas por el estilo. Sabía que ellos lo sentían tanto como yo. Lo importante es que ahora ya no cabía la menor duda. Cuando deseaba que muriera alguien ese alguien simplemente se moría.

Yo jamás he creído en Dios ni en la otra vida ni en ninguna clase de suceso paranormal. Todo eso me parecían monsergas. Pero ahora de repente me encontraba enfrentado a lo increíble. Pensé que quizás sí era posible que al final existiera algún tipo de justicia celestial, algún poder supremo que otorgaba premios y castigos y que por alguna razón me había elegido a mí para ser el portador de su furia castigadora. Aquel día volví a quedarme en casa pero ya no hubo inactividad ni confusión, ya sabía lo que tenía que hacer. Cogí un bolígrafo y empecé ha hacer una lista, una lista que llevaba mucho tiempo dentro de mi cabeza pero que ahora necesitaba materializar. Era una lista de personas con las que había tenido relación en el pasado, algunas de ellas en un pasado muy remoto aunque el recuerdo de las cosas que me habían hecho estaba aún muy vivo en mí.

Cuando terminé la lista llamé al trabajo para decir que no volvería más, cualquiera de los asuntos mundanos como el hecho de tener que trabajar, ya carecía por completo de sentido. Luego salí a la calle para iniciar la búsqueda de aquellas personas. El primer nombre que había apuntado era el de aquel profesor que me había golpeado sin motivo en séptimo curso, le encontré y le miré a los ojos. Luego estaba el chico que me había hecho la vida imposible durante aquel mismo año, le encontré y le miré a los ojos. También figuraba aquel antiguo amigo al que había prestado dinero y se había reído de mí cuando le pedí que me lo devolviera cuando tenía mucha necesidad de él, le encontré y le miré a los ojos. Era una lista larga y tardé un tiempo en terminarla pero cuando lo hice todos los que estaban en ella habían muerto. Algunos unos pocos segundos después de nuestro encuentro. Otros algunos días más tarde. Murieron por accidentes, infartos, suicidios e incluso homicidios (no por mis manos desde luego). Otros simplemente cayeron fulminados sin que nadie supiera el motivo.

Cuando acabe con aquella lista decidí que no tenía por qué detenerme. Había mucha gente que merecía el mismo trato aunque no hubiera sido yo la victima de sus maldades. Me enteré de que había una mujer en el barrio que había quemado con agua caliente a unos niños que la molestaban con sus juegos y fui a verla. Y luego fui a ver a aquel otro hombre del que me habían contado que había atropellado a un perro sólo por diversión algunos meses antes.

Más tarde pasé de las ofensas grandes a las pequeñas. Siempre he pensado que la perversidad no es cosa de grados, una vez que se ha cruzado la línea entre el bien y el mal la diferencia entre el homicidio y la simple falta es irrelevante. Así fue como acabé con otro de mis vecinos que hacía años que no pagaba la comunidad, también con la dueña de la tienda del barrio que siempre tiraba el agua de fregar a la acera. Luego pasé a ocuparme de los desconocidos, los que se saltaban los semáforos, los que iban por la calle con la radio a todo volumen, los que ponían los pies encima del asiento contiguo en el tranvía, los que molestaban en el cine….

Ahora me paso el día en la calle buscando nuevos candidatos al infierno. No hago otra cosa y ya apenas como o duermo porque cada ves es más difícil encontrar a alguien en esta ciudad casi vacía de la que soy prácticamente el único habitante.

© Sisterboy - 2008 (Todos los derechos reservados)

sábado, 11 de octubre de 2008

La cinta de Moebius

Un buen día todos los enfermos del mundo se despertaron completamente sanos para descubrir, sin salir de su asombro, que aquellos que habían estado sanos se encontraban, en contra, completamente enfermos.


© Richard Archer - 2008 (Todos los derechos reservados)

lunes, 6 de octubre de 2008

¿Fué un sueño, o soy una flor?.....

Anoche lo hice como si fuera una flor, blanquita, pequeña, sencilla, feliz de estar rodeada de tanta belleza... Sabía que mi existencia sería breve, pero que merecería la pena, y así lo pude comprobar.
Un día ese hombre que con tanto cariño me cuidaba, sin motivo aparente, me alejó de mi jardin para darme a un desconocido...!!!Qué espanto¡¡¡ pensé, pero mi destino era mejor de lo que imaginaba y del que me sentí recompensada, al recibir a cambio de mi presencia, la gran sonrisa que me regaló generosamente su mujer en el hospital...


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