viernes, 26 de septiembre de 2008

Inseparables

No podía permitirme más que una pensión barata y aquella era la más barata que había si exceptuábamos los tugurios del puerto en los que sólo se alojaban prostitutas y drogadictos. La pensión justificaba sus bajos precios por varios motivos. En primer lugar estaba situada en un segundo piso sin ascensor y además era un segundo piso de los de antes con enormes escalones y espaciosos rellanos cuadrados. Incluso para un hombre sin demasiados problemas físicos como yo era difícil llegar arriba sin acabar resoplando. En segundo lugar la vivienda estaba en muy mal estado: desconchados en las paredes, manchas de humedad en el techo, muebles viejos y carcomidos. Toda la casa transmitía un aire de abandono y decadencia. No era pues extraño que los únicos habitantes de la pensión fueran estudiantes sin muchos recursos. Pero era Viernes Santo y aquello estaba completamente vacío, yo iba a ser el único inquilino.

Mi guía era un hombrecillo de unos setenta años que tenía ese curioso contraste de los ancianos que habían vivido y trabajado cerca del mar con su pelo totalmente blanco y la cara arrugada y quemada por el sol y la brisa del océano. Me lo había encontrado en el muelle mientras ofrecía los servicios de la pensión a los viajeros que bajamos del barco. Ahora estaba de pie a mi lado sonriendo ante mi reacción ante el lúgubre ambiente en el que nos hallábamos.

-Bueno, ahora sabe por qué cuesta tan poco alojarse aquí.

-Ya veo, dije, desde luego es ideal para un cuento de terror.

-¡Oh! es que esta casa tiene su propio cuento de terror.

-¿En serio?

-Sí, ¿le gustaría oírlo?

Era una pregunta extraña para alguien que en teoría tenia que inducir a la gente a quedarse a dormir allí, pero al fin y al cabo desde que acepté su oferta él ya sabia que yo no tenia muchas opciones. Por un momento dude en acceder a escuchar su historia pero me fastidiaba pasar por un timorato ante aquel granuja que sin duda había repetido aquel truco ante muchos inquilinos con objeto de tomarles el pelo. Además me sentía morbosamente atraído por conocer los misterios de aquel edificio y nunca he podido resistirme ante una buena historia de fantasmas (porque no podía tratarse de otra cosa desde luego) así que sentándome en la cama del que iba a ser mi cuarto le hice un gesto afirmativo adoptando la expresión más desenvuelta e indiferente que pude.

El hombrecillo se sentó a su vez en la única silla que había allí y empezó a hablar.

“Fue hace mucho tiempo, más de cincuenta años, justo al empezar la guerra. Entonces había mucha confusión como se puede imaginar. Por aquella época esto tenía mejor aspecto, entonces era un edificio casi nuevo. Cierta noche una joven con semblante enfermizo solicitó un alojamiento. En realidad no tenía por qué quedarse allí porque (esto se supo después por supuesto) pertenecía a una familia muy distinguida pero en aquellos momentos la mujer tenia autentica necesidad de esconderse en alguna parte.

La joven había quedado embarazada de un oficial del ejercito. Algo impensable en circunstancias normales pero ya le he dicho que eran años de confusión y locura. En tiempo de guerra todo parece efimero, no hay seguridad sobre nada, la gente no sabe si seguirá viva al mes siguiente, cualquier cosa es posible. Y en ese ambiente todos, especialmente los jóvenes, pierden la cabeza y hacen cosas que normalmente ni se les pasaría por la imaginación. La mujer y el oficial se enamoraron y tuvieron relaciones, luego él partió hacia el frente y nunca más se supo, la guerra se lo tragó. Quizás murió o quizás desertó y se marcho del país o simplemente al acabar el conflicto el breve romance con la señorita de buena familia quedó en una anécdota olvidada como muchas otras cosas que pasaron entonces.

Para una mujer soltera quedar embarazada es un problema en cualquier época pero en aquellos años (incluso en tiempos de guerra) era un cataclismo. Tal vez podía haber acudido a alguien que le ayudara a abortar pero la muchacha tenia la esperanza de que su amado volviera en cualquier momento y pudiera solucionar aquello de la única forma posible. Cuando fue evidente que esto no iba a suceder ya era demasiado tarde. La mujer ocultó su estado durante todo el tiempo que pudo pero cuando ya empezaba a notar que se acercaba el momento fatal huyó de su casa y se refugió en un lugar donde no se solían hacer preguntas a nadie. En la soledad de esta habitación (porque fue precisamente aquí donde ocurrió) tuvo a su bebe por sus propios medios. O mejor habría que decir sus bebes porque para mayor desgracia dio a luz a dos niñas gemelas.

Inmediatamente las arrojó por la ventana que daba al patio de luces, esa misma que ve usted ahí. Fue una barbaridad desde luego pero ¿Quién puede reprochar un arrebato de desesperación a una muchacha que no había cumplido ni veinte años y que había pasado por aquel infierno sin poder recurrir a nadie? No sólo fue un acto atroz sino también totalmente inútil. La primera de las niñas en ser arrojada al patio murió en el acto, la segunda tuvo más suerte (es un decir) y encontró en su trayectoria al vació las cuerdas de un tendedero que frenaron un poco la caída que se produjo precisamente contra el cuerpo ya muerto de su hermana lo que también contribuyó a salvarle la vida. Sus lloros despertaron a los habitantes de la casa. No tardo en saberse la identidad de la madre y su familia fue informada finalmente de todo el drama.

No se puede negar que esta clase de gente tiene recursos de sobra para hacerse cargo de cualquier clase de situación que les incomode. Sus influencias impidieron que lo sucedido llegara a manos de la justicia, la mujer fue internada en la casa familiar de donde no volvería a salir hasta su muerte algunos años más tarde, por lo que he oído acabó volviéndose completamente loca. En cambio la niña que sobrevivió al infanticidio jamás pisó la casa de sus abuelos que como era de esperar su renegaron de ella aunque tampoco quisieron que acabara en el hospicio. Como solución intermedia resolvieron que se quedará exactamente en el lugar en el que había nacido, para ello acordaron pagar a la dueña de la casa el importe de su manutención por el tiempo que viviera. A la mujeruca le pareció bien tener un huésped vitalicio que le proporcionara dinero fijo y aceptó el trato.

La niña sobrevivió pero la caída tuvo sus consecuencias. La mitad de su cara quedó deformada y el golpe en la cabeza le produjo además un retraso mental permanente e incurable. Nunca aprendió a leer y escribir, tampoco aprendió a hacer nada que no fuera las tareas más sencillas de la casa y en toda su vida apenas se alejó de la manzana donde estaba ubicada la pensión.

Pero desde el principio la niña empezó a mostrar un comportamiento extraño. Muchas veces cuando no estaba haciendo nada (y esto era la mayor parte del tiempo) se la oía hablar en voz baja, pero no como si estuviera hablando sola, sino como si lo hiciera con alguien. Murmuraba sus incomprensibles frases mirando al vacío como si se estuviera posando sus ojos en los de otra persona y luego callaba como escuchando la respuesta. Siempre que se sentaba en algún sitio dejaba un hueco para su invisible acompañante y en la cama se arrimaba a una esquina como si tuviera que compartir el lecho. En la mesa toda la comida que le era servida era invariablemente dividida por ella en dos mitades una de las cuales por supuesto quedaba siempre intocada. También se la podía ver a menudo asomada a la ventana por donde había sido arrojada la noche de su nacimiento mirando hipnotizada el suelo contra el que se había estrellado.

Podría achacarse este extravagante comportamiento a su retraso mental pero la gente empezó a murmurar. Se corrió la voz de que el espíritu de la hermanita muerta nada más nacer permanecía junto a su hermana al no haberse podido romper el misterioso vinculo que dicen que une a los hermanos gemelos.

Se decía también que en ocasiones la niña parecía llevarse bien con su hermana muerta, se la veía reír y jugar con su espectral acompañante e incluso (y los que lo vieron afirmaron que era un espectáculo especialmente macabro) correr por el pasillo o la azotea con el brazo extendido y la mano contraída como si estuviera agarrando otra mano. En otras ocasiones en cambio sucedía lo contrario, la niña parecía asustarse y entonces no corría feliz sino aterrorizada dando gritos mientras giraba la cabeza mirando hacia atrás como si el espíritu de la muerta le persiguiera.

La niña creció, se hizo adolescente y luego adulta, pero todo siguió igual para ella. Bueno algo sí que cambió: los breves momentos de armonía infantil con su hermana terminaron para siempre y todo acabó por convertirse en horror y desesperación. Ya no hablaba con su hermana, tan sólo se tapaba con fuerza los oídos como si no quisiera escuchar sus palabras. No compartía su comida sino que cubría el plato con su propio cuerpo como si no quisiera que le fuera arrebatado su contenido. No volvió a dejar aquel curioso hueco que siempre procuraba hacer cuando se sentaba y en cuanto a la cama terminó por negarse a dormir en ella acostándose cada noche en el suelo sin que ninguna amenaza ni paliza le hiciera cambiar de actitud. Y en cuanto a aquella ventana a la que tanto se había asomado en su niñez ya no podía tolerar pasar frente a ella y se mantenía siempre lo más alejada posible de aquel lugar de la casa. Las carreras y gritos por el pasillo huyendo de la macabra persecución se hicieron diarias. La gente seguía murmurando, decían que la muerta reclamaba a su hermana como diciéndole ¿Qué haces ahí? ¿por qué no vienes a reunirte de una vez conmigo? ¿qué haces en ese mundo donde nadie te quiere? ¿no ves que tenías que también tenias que haber muerto aquella noche ?.

Un día todo terminó. Se escuchó un grito horroroso, más horroroso aún de los que solían oírse en esa casa a diario y que había motivado el progresivo abandono de los inquilinos de la pensión con su consiguiente decadencia. Tras el grito un fuerte estruendo. Cuando los pocos inquilinos que quedaban se asomaron a la ventana (aquella ventana) vieron a la desgraciada mujer estrellada en el mismo suelo en el que había caído la primera vez hacía exactamente cuarenta años. Algunas malas lenguas dicen que en realidad fue asesinada por la propietaria de la pensión harta de aquella lúgubre leyenda que estaba arruinando su negocio.

Podría suponerse que allí acabó todo pero no fue así. Desde ese día la gente ha seguido murmurando sobre inquilinos que ven y oyen cosas. Algunos de ellos aseguran que en mitad de la noche se oyen risas y juegos infantiles por toda la casa, otros afirman escuchar con claridad carreras en el pasillo y en la azotea, otros que por mucho que cierren la ventana al acostarse esta aparece abierta por la mañana. Incluso alguien juró haber visto, en un relámpago de breves segundos, a las dos hermanas cogidas de la mano avanzando hacia él en mitad de la noche, con los cuerpos ensangrentados y quebrados por la mortal caída y con la hermana muerta en primer lugar con el mismo aspecto que tenia el día que murió su gemela cuarenta años después. Quien sabe. Lo cierto es que desde entonces ya muy poca gente que no tenga autentica necesidad pasa la noche aquí, algunos siguen diciendo que ven y oyen cosas, otros en cambio se ríen de esas historias de miedo.”

El hombrecillo terminó su relato volviendo a sonreír como preguntándome en silencio a qué clase de inquilinos pertenecía yo: a los que veían y oían cosas o a los que se mofaban de aquella leyenda

-Bueno eso es todo, espero haberle entretenido. Ahora he de irme a mi casa.

-¡Cómo! , respondí, ¿Es que usted no duerme en la pensión?

-Yo únicamente trabajo tratando de alquilar habitaciones a los recién llegados y si lo consigo les enseño el lugar. Ni loco pasaría una noche aquí.

Y tras hacerme un guiño sin dejar de sonreír el viejo diablo se marchó dejándome completamente solo.

Confieso que no dormí nada. Por un lado la historia me perturbaba. Aunque seguramente falsa en parte o en su totalidad la verdad es que era bastante buena y decididamente terrorífica, tanto como para estar dándole vueltas hasta el amanecer. Aunque sinceramente tengo que decir que también me pasé toda la noche alterado y nervioso por una serie de incesantes ruidos que sonaban en la oscuridad. No, no eran pasos, ni risas ni gritos ni nada que pudiera identificar con una actividad humana o espectral. Sólo una serie de crujidos y chirridos que no me hubieran incordiado de no mediar la inevitable sugestión provocada por aquella historia.. Pero bueno ¿acaso no están todas las casas viejas y decrépitas llenas de sonidos inexplicables?-

© Sisterboy - 2008 (Todos los derechos reservados)

2 comentarios:

foscardo dijo...

Muy bueno, realmente espeluznante. Me encnatan las historias clásicas de terror.

Quiero más!!

3'14 dijo...

Hoy descubro este blog y mira lo que me encuentro!!!

La historia es buena, tiene todos los elementos necesarios para cagarse vivo (y perdón por la expresión), sobretodo si te la explican una noche dormitando en un viejo caserío.

Por la noche se oyen muchos ruidos, es cierto, y en el más absoluto de los silencios, irrumpen los muebles con sus crujidos. Lo sufro cada noche que trabajo, estoy acostumbrada a ellos, pero como nos empiece a entrar el miedo a mí y a mi compañera obsesionándonos con algún tema fantasmagórico, ápaga y vámonos, lo paso fatal para el resto de la noche, veo sombras donde no las hay y movimientos extraños a mis espaldas... Y es que nada como la sugestión para dejar la puerta abierta del pánico.

Que placer leerte, Sister!