miércoles, 3 de septiembre de 2008

Siete de la mañana

No le gustaba encender la lámpara de la mesita cuando se levantaba por las mañanas, la luz le encandilaba. Prefería orientarse en la oscuridad, al fin y al cabo después de tantos años de vivir allí conocía aquel apartamento como la palma de su mano. Sólo tenia que caminar con cuidado con los brazos por delante hasta llegar a la esquina donde comenzaba el pasillo, una vez allí avanzaban palpando las paredes hasta que llegaba al pequeño salón donde su nueva guía era el borde de la vieja cómoda de madera que le conectaba con el segundo pasillo al principio del cual estaba la cocina. A continuación buscaba con las manos el interruptor que encendía la luz del extractor de humo. Luego se sentaba y esperaba a que la tenue luz amarilla acostumbrara sus ojos al despertar del nuevo día.

Aquel día se dispuso a seguir la misma rutina. Se incorporó de la cama (como siempre sin necesidad de ningún aparato, después de levantarse a las 07.00 de la mañana seis días a la semana durante trece años no había mejor despertador que la propia costumbre) y avanzó a tientas buscando la conocida esquina, pero aquel día algo falló. Normalmente debía dar cinco pasos hasta tocar la pared, pero cuando llegó el quinto paso sus manos sólo encontraron el vacío ¿Acaso se habría equivocado al contar?. Decidió avanzar un poco más. Seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce pasos más y nada. Sólo el mismo vacío de antes. Aquello no tenia ningún sentido, era imposible caminar mas de diez pasos en su habitación sin tropezar con alguna de las cuatro paredes. Lo sabía porque en uno de esos estúpidos pasatiempos con los que llenaba las tardes se había dedicado a medir el ancho y el largo de aquel dormitorio como hacía un preso en su celda.

Se quedo de pie sin saber que hacer, podía haber tratado de volver hacia la cama para encender la luz de la mesita y averiguar que estaba pasando pero eso ya no era posible. Ahora que le había fallado su rutina diaria no podía orientarse en la oscuridad que a esas horas y en pleno invierno seguía siendo total, sobre todo cuando no habían pasado ni treinta segundos desde que se despertara. Quizás debía quedarse quieto a esperar que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad y pudiera vislumbra el camino correcto pero algo en su interior hacia que se rebelara contra aquel absurdo y quedarse esperando allí sin hacer nada le pareció una rendición. Pensó que la forma más rápida de solucionar aquello era seguir avanzando tratando de hacerlo en línea recta hasta tropezar con alguna de las cuatro paredes y luego tantear hasta dar con el interruptor de la luz, sí simplemente se limitaba a caminar hacia delante tenía que acabar dando con una pared.
Sin pensarlo más extendió los brazos y comenzó a caminar pero en esta ocasión rehusó contar los pasos, tampoco quiso pararse a pensar que era aquel objeto con el que había tropezado en el camino hacia su objetivo, fuera lo que fuese lo había golpeado contra sus piernas y se había alejado rodando, como si fuera una silla con ruedas aunque él no tenía ninguna silla de ruedas en su habitación, de hecho no había sillas de ninguna clase.

Tras unos segundos interminables sus manos acabaron por tocar la ansiada pared, pero esto no le trajo el más mínimo alivio. Porque aquello que estaba tocando no era su pared, sus manos no sintieron el familiar tacto del papel pintado sino el rugoso e irregular de una pared cubierta de estuco blanco. Este nuevo misterio le obligó a reflexionar sobre algo que había notado casi desde el principio de su insólita aventura, incluso con los calcetines puestos había caído en la cuenta de que el suelo que estaba pisando no estaba compuesto por las frías y rajadas losetas de siempre sino por un material más cálido. Flexionó las piernas hasta que sus manos tocaron el suelo y comprobaron que estaba pisando lo que parecía ser uno de esos parquets de madera que había visto en los catálogos.

Se sentó en el suelo que no era su suelo frente a la pared que no era su pared mientras decidía que ,olvidando su anterior rapto de rebeldía, lo mejor que podía hacer era efectivamente quedarse donde estaba esperando que la luz del día se impusiera a la oscuridad que seguía reinando en aquel sitio. Y mientras lo hacía pensaba que todo se reducía a tres opciones: podía ser que aún estuviera dormido, podía ser que por fin se hubiera vuelto loco o simplemente se había despertado en un lugar completamente desconocido para él. Por la razón que fuese, esta tercera posibilidad no le resultó en absoluto desagradable.

© Sisterboy - 2008 (Todos los derechos reservados)

4 comentarios:

foscardo dijo...

Interesante propuesta. Que angustia!!

SisterBoy dijo...

Esa era la idea :=)

Alegría dijo...

Valla yo soy de esas que no soportan la luz recién despierta y al igual que el personaje de cuento voy a tientas por la casa, después de leer esto mañana seguro que enciendo alguna luz, ¡qué yuyu!.

3'14 dijo...

Seguir dormido, estar loco... Uff! demasiado reciente el comentario con el que te respondía en mi blog como para no flipar durante rato después de leer esta historia... Por tanto, yo también optaría por la tercera opción, quien sabe si puede tratarse de algo mejor...

Ya te vale... a tus lectores incondicionales nos deberías haber avisado de tu colaboración en este blog.